Extraido de "Un fuego que enciende otros fuegos" (págs. 53-55)
¿Cómo llenar mi vida?
La enfermedad de moda en
nuestros días es la neurosis. Una de las profesiones que más trabajo tiene es
la de psiquiatra... Muchas personas que se creen atacadas por neurosis no
tienen neurosis, sino vaciedad de vida: No tienen nada que hacer, nada que las
saque de sí mismas; viven concentradas en su interior, siempre mirándose al
espejo de su pensamiento: si están bien, si están mal; si las estiman o no; si la
miraron, por qué; si no, por qué la dejaron de mirar... Castillos en el aire...
sobre lo que los otros piensan de ella... La neurosis está a la puerta, la vida
se tiñó para siempre de tristeza. ¡El egoísmo está en la raíz del mal! ¿Cómo
curar esa neurosis? Antes de ir al psiquiatra, yo aconsejaría a esa persona que
consultara a un Director Espiritual prudente. Puede que la raíz de su mal sea
un complejo sepultado en su interior, desde sus primeros años, pero lo más
probable es que sea simplemente una vida vacía, sin sentido; un alma que espera
algo que la llene, que la tome, que le dé sentido a su existencia.
¡Es tan triste vegetar!
¡Ver que los años pasan y que no se ha hecho nada!, que nadie la mira con ojos
agradecidos... que no tiene dónde volverse para encontrar amor.
El cristianismo en esta
materia, como en las demás, no es sólo ley de santidad, sino también de salud
espiritual y mental. Para algunos, la moral cristiana es un código sumamente
complicado, largo, detallado, estrecho... que puede ser violado aun sin darse
cuenta. Es un conjunto de leyes ordinariamente negativas: no hagas esto, ni
aquello... ¿Cómo voy a poder llenar mi vida con negaciones?
Pero, felizmente, la
verdad es muy distinta. El cristianismo no es un conjunto de prohibiciones, sino
una gran afirmación... y no muchas, una: Amar. "Dios es amor" (1Jn
4,8), y la moral de quienes han sido creados a imagen y semejanza de Dios, es
la moral del Amor. "¿Cuál es el precepto más grande de la ley? Amarás... y
el segundo, semejante al primero, es éste: y amarás a tú prójimo como a ti
mismo" (cf. Mt 22,37-39). Por eso, Bossuet, con su genio clarísimo podía
decir: "Seamos cristianos, esto es, amemos a nuestros hermanos".
La mejor manera de llenar
la vida: llenarla de amor, y al hacerlo así no estamos sino cumpliendo el
precepto del Maestro. Poco antes de partir de este mundo, al querer resumir
toda su enseñanza en un precepto fundamental, nos encargó: "Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros... En esto conocerán todos
que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros..." (cf.
Jn 13,34-35). ¡En esto, y sólo en esto, conocerá el mundo que sois mis
discípulos!
Los primeros cristianos
se preguntaban: -¿Cómo se salva a un hombre? -Amándolo, sufriendo con él,
haciéndose uno con él, en el dolor, en su propio sufrimiento. No con discursos,
que no cuesta nada pronunciarlos; con sermones que no cambian nuestras vidas;
¡sino con la evidente demostración del amor! La Iglesia necesita no
demostradores, sino testigos.
Por eso es que creo que
en los tiempos difíciles que nos aguardan, Dios en su inmensa misericordia va a
suscitar espíritus nuevos. Yo no me extrañaría de ver una nueva Congregación
religiosa vestida de overall, con voto de trabajar en las fábricas y de vivir
en los conventillos para salvar al mundo; como hemos visto a las hermanitas de
la Asunción y a las de la Santa Cruz darse enteras para la redención de los
adoloridos. Y acabamos de leer una obra maravillosa de un sacerdote obrero,
quien para salvar a sus hermanos expatriados se deporta, obrero como ellos...
Y entre todos los
hombres, hay algunos a quienes Cristo nos recomienda en forma especial: a sus
pobres. "¿Quién es mi prójimo?", le pregunta un doctor de la ley a
Jesús, y Él le contesta: "Por el camino de Jericó bajaba un pobre
hombre... medio muerto... Haz tú lo mismo" (cf. Lc 15,29-37). Y hacer o no
hacer estas obras de caridad con el prójimo es tan grave a los ojos de Dios que
va a constituir la materia del juicio: "Tuve hambre... tuve sed... estuve
preso... No 'me' disteis... no 'me'..." (cf. Mt 25,31-46). El prójimo, el
pobre en especial, es Cristo en persona. "Lo que hiciereis al menor de mis
pequeñuelos a 'mí' lo hacéis". El pobre suplementero, el lustrabotas, la
mujercita tuberculosa, es Cristo. El borracho... ¡no nos escandalicemos, es
Cristo! ¡Insultarlo, burlarse de él, despreciarlo!, ¡es despreciar a Cristo!
¡¡Lo que hiciereis al menor, a mí lo hacéis!! Esta es la razón del nombre
"Hogar de Cristo".
Mucho se habla en estos
días de orden social cristiano y con mucha razón. Orden que supone una
legislación basada en el bien común, en la justicia social, pero orden que sólo
será posible si los cristianos nos llenamos del deseo de amor, que se traducirá
en dar. Menos palabras y más obras. El mundo moderno es antiintelectualista:
cree en lo que ve, en los hechos.
Cuando los pobres ven,
palpan su dolor y nos miran a nosotros cristianos, ¿qué tienen derecho a
pedirnos? ¿A nosotros que creemos que Cristo vive en cada pobre? ¿Podrán
aceptar nuestra fe si nos ven guardar todas las comodidades, y odiar al
comunismo por lo que pretende quitarnos, más que por lo que tiene de ateo?
¿Cuál debe ser nuestra actitud?: ¡Sentido social!, servir, dar, amar. Llenar mi
vida, de los otros.