Ya estamos en diciembre. ¡Qué vértigo! La navidad a la vuelta de la esquina. Ya toca prepararse. Hace semanas que la gente hace reservas para las cenas de empresa o de amigos. Empiezan a subir, cada vez más rápido, los precios de electrodomesticos, carnes, pasajes de avión y bus para la fiesta. Las calles se adornan con una mezcla de símbolos florales, luces y algún vestigio religioso –cada vez menos para no herir sensibilidades- . Empieza el dramita de calendarizar fechas: ¿viajaré este día, o este otro? Nos veremos pronto las caras con la familia. Hay que comprar el loto, que este año toca seguro. Y si no, que haya salud. ¿Trapitos de gala para cenas y festejos? Algo caerá.
El adviento que comenzamos es tiempo de disponerse a algo grande –pero que a veces queda silenciado ante el folklore de diciembre-. Porque cuando llega algo que esperas con ansia, ¡anda a sacartelo de la cabeza! A veces hasta te quita el sueño, por la ilusión, la incertidumbre, el deseo de que las cosas lleguen, de ver a ese ser querido, de saber el resultado de un examen muy importante para ti, de tantas cosas. ¡Pues lo que estamos esperando es alucinante, grande, inmenso!Es tiempo de disponernos a un encuentro, algo que no por sabido deja de ser nuevo. Un encuentro con un Dios al que, una vez más, admiramos como ser humano.
Un encuentro con una lógica (la de la encarnación, un Dios capaz de hacerse humano con todas sus consecuencias), que nos desborda. ¿Cómo prepararse? Desde la gratitud por lo que uno tiene. Desde la escucha de esas promesas de un Dios que te dice: «vengo a tu mundo, a tu vida, a tu historia, para estar presente ahí. Vengo a ti.»
< ¿Cómo me resuena esa palabra? ¿Cómo puedo prepararme para cuando llegue la navidad? ¿Tal vez un poquito de oración? ¿Alguna lectura distinta? ¿Una revisión agradecida de lo que es mi vida y lo que puede llegar a ser?>>